Parecía que tan pronto había llegado la temporada
de frío, las calles se volvían tristes y solitarias, pues, aunque la vista era hermosa,
con pequeños copos de nieve cayendo del cielo, no se veía ningún alma en ellas.
No podía culpar a las personas de esta ciudad; si yo pudiera también me
escondería debajo de mis cálidas cobijas, tomando sorbos de una caliente taza
llena de té, viendo una maratón de todas mis series favoritas.
Pero no, existía algo llamado escuela, y era de
“suma importancia” que fuera – o al menos, eso decían mis padres. A ellos no
les importaba el hecho de que llevara solo la mitad de la tarea (la otra mitad
había sucumbido al frío hace varios minutos), o que sentía todas mis
extremidades tan frías que más bien se podía decir que no las sentía para nada.
Había tomado el camión hacia la escuela, tratando
de escapar silencios incomodos en el automóvil de mi padre, pero ahora que
estaba en él supe que había sido una mala idea. Un espeso vapor salía de mi
boca y empañaba el vidrio de la ventana, tapando la vista del exterior y
haciendo que solo se percibieran sombras y colores borrosos. Posé un dedo sobre
ella dibujando un copo, finas gotas de agua se deslizaban por la ventana a su
paso.
Me sobresalte cuando el camión se detuvo
bruscamente, interrumpiendo mis pensamientos de manera forzada; instintivamente
miré por la ventana, pues a pesar de su poca nitidez alcancé a notar que esa
era mi parada. Apurada me levante y corrí hacia las puertas; en el último
escalón el camión empezó a moverse, y tuve que saltar para no caer.
Auch, pensé. Había sido un mal salto, y si no
hubiese estado el piso cubierto de una espesa capa de nieve me hubiera
lastimado mucho más; aun así, mis rodillas estaban cubiertas de la espesa capa
blanca y empezaban a mojarse a medida de que mi temperatura corporal derretía
la nieve a mi alrededor. Me levante lentamente, sintiéndome increíblemente
congelada, estaba segura de que mis labios se empezaban a teñir de azul. Una
gran ráfaga de viento chocó contra mí, y maldije en voz baja por mi suerte.
Sentía mis dientes chocando entre ellos, y ninguna
parte de mi parecía mantenerse quieta; estaba temblando de frío.
Inconscientemente mis brazos me abrazaron débilmente, tratando de mantener
calor. Estaba empapada, congelada y no traía ningún cambio de ropa.
Una mano se posó en mi hombro, asustándome, pero
sin hacerme mover un musculo, simplemente ya no tenía la energía necesaria para
hacerlo. Una sombra paso a mi lado, parándose delante de mí y finalmente pude
enfocar la vista lo suficiente como para decir que se trataba de un muchacho.
-Hola.- me dijo. – Perdón si te asuste. Pensé que
podrías necesitar esto.
Extendió su mano, la cual traía agarrada una
gruesa chamarra. Voltee a verlo, incrédula, notando que el solo traía puesto un
sweater; el muchacho se había quitado la cálida chamarra para dármela.
-N-no.- le dije, tartamudeando. – Tu-tu
qued-dat-tela. Morirás-s de f-frío.
Pero el muchacho solo sonrió mientras pasaba la
chamarra por mi espalda, noté inmediatamente la diferencia, lo que antes se
había sentido tan frio, tan entumecido por él, ahora recobraba algo de calor, y
me sentí aliviada.
-Nada de eso.- me dijo, tomándome el brazo y
ayudándome a caminar fuera de la nieve y hacia el limpio pavimento. – Tú lo
necesitas mucho más que yo.
Le sonreí débilmente.
-Pues, tengo q-que admitir que si me siento
al-algo mejor. Gracias.
-No hay de que.- dijo mientras alborotaba su
cabello negro. Noté que el muchacho tenía las facciones de una manera que se
podría denominar “apuesto”. Me sonroje al sentir su mirada sobre mí. – Me llamo
Aarón.
Extendió su mano y la tomé.
-Yo soy F-Francis.
-Mucho gusto de conocerte, Francis. Ven, vamos a
un lugar más cálido.
Al principio del día estaba segura de que iba a
ser uno de los peores, pero ahora, mientras admiraba los ojos oscuros del
muchacho que me dirigía a un café cercano, por primera vez me sentí agradecida
por el frío.
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